Las mujeres de los rojos

(Leïdo en el Acto en Homenaje a Manuel Azana en Montauban el 4 de abril de 2009)

Quisiera escribir un himno

a un pobre racimo humano

las mujeres de los rojos

que en España nos quedamos,

para las que no hubo escape,

para las que no hubo barco.

 

 

Las que nos quedamos solas

con sus hijos en los brazos,

sin más sostén ni más fuerza

que el que daba el estrecharlos

como prendas de un amor

contra nuestros pechos flácidos.

 

 

Todos perdimos la guerra,

todos fuimos humillados,

pero para las mujeres

el trance fue aun más amargo.

Largas colas en Porlier

con nuestros pobres capachos.

 

Caminatas bajo el sol

con los pies semi-descalzos.

Caminatas sobre el hielo

tiritando en los harapos.

Largas, duras caminatas

en busca de algún trabajo.

 

Cansancio y humillación

si lograbas encontrarlo

y si no lo conseguías,

humillación y cansancio.

Por el pan de nuestros hijos,

siempre un combate diario.

 

Esos días siempre solas,

esos días largos, largos,

que fueron semanas, meses,

que fueron tanto, tanto,

que entre dolor y entre lágrimas,

se convirtieron en años!

 

Nuestros hombres en la cárcel,

nuestros hombres exiliados,

nuestros hombres cada día

cayendo como rebaños

en manos de furia ciega

de matarifes fanáticos.

 

Y las mujeres seguimos,

a nuestro modo luchando

y esa guerra, sólo nuestra,

esa guerra la ganamos.

 

Los hijos de nuestros hombres

quedaron en nuestras manos

y supimos inculcarles

un culto casi sagrado

 

Por los muertos, los ausentes,

los padres que les faltaron.

Se los pusimos de ejemplo

porque siguieran sus pasos

y logramos convencerles

de que eran buenos y honrados,

aunque en la calle, en la escuela,

les dijeran lo contrario.

 

Éramos pobres mujeres

y supimos elevarnos

sobre el dolor, sobre el miedo,

sobre el hambre y el fracaso

 

Y criamos nuestros hijos

dignos de sus padres, bravos;

serios, dignos, responsables.

Los íbamos cultivando,

pilares para un futuro

que aún parecía lejano

y en el que siempre creímos

con los puños apretados

quisiera escribir un himno:

 

Grande, estupendo, fantástico,

de pobres mujeres débiles

con heroísmos callados,

de esfuerzos y sufrimientos

que eran el vivir diario

 

Y, que a pesar de ello supieron,

con un esfuerzo titánico

ir manteniendo la llama

de amor al padre lejano.

 

Al padre que estaba preso

o al que habían fusilado,

Yo quisiera a voz en grito

poder entonar un cántico

que dijera todo eso,

que bastante hemos callado.

 

Las mujeres de los rojos

que en España nos quedamos

creemos tener, al menos,

el derecho de contarlo.